Compartimos esta carta, enviada por una docente.

Apareciste aquel día con esa paz que contagias, y desde que te vi mi sensación de agobio, cansancio, malestar, comenzó a mermar ; pensé: “increíble que alguien se preocupe o ocupe en nosotras las maestras, que se pongan en nuestro lugar, que traten de ayudarnos a cambiar un poco esta realidad tan pesada a veces” . Pero ahí estabas ofreciéndote, escuchando, valorando, estimulando. Me devolviste las fuerzas para seguir, este espacio que creaste me ayudó a encontrarme de nuevo con esa docente que era cuando recién comenzaba, a redescubrir que sirvo, a volver a sentir que mi misión en la vida es muy importante , pero por sobre todo a no sentirme sola.

Esas reuniones en la fundación, junto a otras docentes, tan cansadas y desganadas como yo, me ayudaron a comprender que no solo me pasaba a mi, que debemos apoyarnos, darnos aliento, que no hay que bajar los brazos, que todavía se puede, que el entusiasmo se contagia, que no soy omnipotente. Entre mate y mate, sonrisas y llantos, se veía la auténtica vocación en nuestros ojos. Surgían las ganas de cambiar este sentimiento de soledad por el de compañía, entusiasmo, y poco a poco nos fue invadiendo esa sensación de orgullo, de bienestar, de pensar que todavía se puede…

Ojalá, que esto que yo sentí, puedan sentirlo todas aquellas docentes, que como yo, han dado y dan más de lo que se les pide, tratando siempre de “inventar” estrategias, sacadas muchas desde el sentido común o intuición maternal, para lograr que los niños sean más felices y vean que existen otras realidades y que eso que los agobia o entristece en su mundo se puede cambiar.

Me gustaría, también, poder ayudar a que mis colegas descubran o redescubran, que hay personas, dispuestas a ayudar, por el placer de ayudar, y que solo hay que saber buscarlas o abrirse para encontrarlas, para poder cambiar esa realidad que tanto les pesa por sentirse impotentes y solas. Yo lo hice y te encontré . GRACIAS, GRACIAS, MUCHAS GRACIAS…

Lili

(año 2009).